Una deuda inexplicable

Repetidas veces, una sutil voz en mi mente pregunta por qué aquella armonía de los andes me sigue cual sombra. Haber presentado dos historias audiovisuales me sugiere que es momento de seguir explorando otras huellas, otros rastros. Sin embargo, en mí, aún persiste una deuda inexplicable. Como si no pudiera jamás desligarme de ella. Luego encuentro esta foto y todo tiene sentido.

Los domingos, días en que no trabajaba, la preparación de nuestros almuerzos iba acompañada de tunantada. Sus sinceras letras sobre el desamor y el delirio representaban la pena que ella no podía permitirse mostrar. Habían cuatro chicas que educar y un pequeño al que guiar. Los últimos días de agosto, una masiva fiesta convocaba a la élite tunantera de Jauja. Entre elegantes chonguinos, pícaras sicaínas y joviales chutos, se encontraba la coqueta y refinada Jaujina, aquel personaje que remontaba la vida de aquel privilegiado mestizaje jaujino de la sociedad colonial. Y ese era su rol, ese era su momento. Dicen sus amigos que nadie bailaba como ella, con la gracia y encanto de la que carecía su matrimonio. Del que años después, huiría.

Para muchos migrantes de segunda generación, el folcklore tiene una presencia importante en nuestras vidas. Es el único lazo que tejemos con nuestro pasado, pues alejados de la tierra y sus tradiciones, la melodía y sus letras nos remontan a una nostalgia altiplánica, a una resistencia andina frente a la occidental Lima. Reconocer quienes somos sigue los pasos del mestizaje, como el de la Jaujina en la tunantada. Y esa es mi deuda.

Los viajes a la tierra de mamá aún conservan el aroma a eucalipto y leña, el desayuno con leche fresca y la oportunidad de estar siempre con ella, bailando tunantada. 

06/08/2015 

https://scontent.flim16-3.fna.fbcdn.net/v/t31.0-8/11816315_10155889718415258_1713058425542139990_o.jpg?_nc_cat=104&ccb=1-3&_nc_sid=2c4854&_nc_eui2=AeH76ZjxlYH_ygkGMHFO1h4-ZPrCUbqgrlVk-sJRuqCuVT1eIM3KHp2Ngi9w0iyvEi0&_nc_ohc=ka1Fjet-pYQAX8PeVxw&_nc_ht=scontent.flim16-3.fna&oh=328e65fb96e00c8e1f084df830f12ce4&oe=6078620E


Formatear los afectos

 Aún te recuerdo. 

Y cuando te pienso, siempre vienen a mi mente momentos precisos. Como cuando conversábamos al inicio. Éramos tan jóvenes. Yo tenía 16, tú 18. En aquella época, aún no sabía qué hacer después de culminada la escuela. Tú ya habías empezado a estudiar ingeniería en la universidad. Eras tan tímido, tan dubitativo, tan inseguro de ti mismo. A esa edad, con tanto poder, no sabía cómo corresponder o continuar con los afectos que estábamos tejiendo. 

Recuerdo que te pedí que vengas a mi casa. Se me había complicado el uso de la computadora por el ingreso de virus en el sistema, y no podía comunicarme esos días contigo. Teníamos en ese entonces celulares, pero enviar mensajes de texto era caro, por eso preferíamos la internet. Siendo tan jóvenes como éramos, hablábamos durante horas por Messenger y nos enviábamos zumbidos. Era lo máximo que podíamos hacer, porque pocas personas tenían fotos o usaban sus cámaras web. 

Recuerdo que nos encontramos en Jesús María. No me preguntes la razón, porque eso sí que lo olvidé. Pero a esa edad, me encantaba caminar en mis citas. Y eso hicimos. Caminamos durante horas mientras me contabas que vivías con tu madre en Ventanilla, y que tenías un hermano menor, y que todos eran afrodescendientes, y que tú eras el más claro de ellos. Me parecía increíble esa historia, porque yo te veía más costeño que afro. 

Recuerdo que aquella vez que nos desnudamos en mi cuarto y pude tocarte, te empecé a tocar el trasero y me pediste que deje de hacerlo, porque siempre lo habías tenido grande y fue la razón por la que te molestaban en el colegio. Sin embargo, nos deseábamos tanto que me permitiste explorarte por completo.

Recuerdo que no quise empezar una relación de novios contigo. Tenía una idea romantizada de quién debía ser mi pareja y cómo debía ser esa relación, y contigo no podía realizarla. Nuestra historia era única e irrepetible, pero en ese entonces no sabía lo valioso que pudo ser. Dejamos de vernos. Te alejé. Me alejaste. Y nunca volví a saber de ti.

Tengo treinta y un años, y a veces te pienso. Me pregunto cómo estarás y qué habrá pasado contigo. Si mantienes la timidez en tu actitud o el tiempo te transformó. Probablemente sea lo segundo. De seguro, el sabor de tus labios debe seguir siendo el mismo. Húmedo y preciso. 

Hoy llamé a una feminista perra

Hoy llamé a una feminista perra. Ayer también lo hice con otra. En realidad, siempre lo hago. A todes mis amigues les digo perras. Y no lo hago porque quiera insultarlas.
Yo no tengo una concepción heteronormada de la palabra. Para mí "perra" es una palabra que sirve para aproximarte a las personas. Así como se usa "broder" o "amiwi", yo uso el "perra". Porque en el mundo marica, nosotras nos llamamos "cabro", "maricón", "cachera", "perra". Nosotras resignficamos las palabras, restándole el sentido agresor. Las naturalizamos como en su momento lo hicieron con el "negro", "cholo". Nos apropiamos de esos insultos y las draggeamos de identidad.
Hoy llamé a una amiga feminista perra. Y se enojó. Me recordó que, hace unas semanas, ya me había pedido que deje de llamarla así. Se sintió insultada. Y reconozco la agresión. Lamento mucho ser agente de opresión. En adelante, evitaré llamarla así. Sin embargo, me resulta incómodo e injusto que se me obligue a responder por juicios etnocentristas y heteronormativos. Se me critica desde una cosmología distinta a la mía, y se me impone una concepción heterosexualizada del lenguaje. ¿No nos invita el feminismo a cuestionar esto también?
Esto me recuerda al reciente caso de las femen*. Nuestros feminismos no pueden seguir pensándose desde corporalidades biomujeres. También estamos las biohombres no heterosexuales, los y las trans, entre otres. Y cada uno de nuestras pequeñas comunidades tienen prácticas y dinámicas sociales distintas. Y debemos respetarlas así como respetamos la cosmovisión andina. Ello implica no pensar que una debe sobreponerse a otra. Al contrario, deben convivir bajo el respeto mutuo y la comprensión.
Hoy llamé a una amiga feminista perra y espero sigamos hablando. Porque creo que el feminismo, mi amiga y yo hemos aprendido algo a partir de esto: que nuestra ideología nos invita a asumir y considerar los sentires de les otres (lección aprendida). Y a reconocer la opresión cuando alguien manifiesta ese sentir. Del mismo modo, nos permite seguir cuestionando nuestras prácticas cotidianas, conocer y comprender otras realidades y el sistema que se rige en ellas.